El amor en tiempos de trasnocho

Por: Jackie Souter

Recuerdo esas primeras noches con Santiago recién nacido. A la semana de llegar a casa lloré en la madrugada, mientras le sacaba los gases. No era porque estaba abrumada, insegura, triste… nada por el estilo. Era simplemente por no dormir. Lloré de sueño.

El tiempo pasó, ya mis dos hijos están grandes y «duermen toda la noche» (inserte la risa). Si no es la fiebre por el virus, es el ataque de tos; si no es que tuvo pesadillas y se vino para mi cuarto, es que se le salió el pis del pamper y mojó toda la sábana; si no es que le están saliendo los dientes, es simplemente rebeldía, porque se dio cuenta que duerme solo y no quiere. Siempre hay una razón para despertarse en la madrugada. Claro, hay niños que duermen mejor que otros, pero es mentira que uno vuelve a dormir. Se acabó, finito, bye.

De todos los retos de la maternidad, el cansancio y la falta de sueño han sido de las cosas que más me ha costado. No importa qué haya pasado la noche anterior, uno tiene que levantarse temprano, ir a trabajar y ser eficiente. Estar de buen humor, con la mejor actitud y sin quejas. No siempre es fácil. Por suerte existe el café y las bebidas energéticas, si no, quien sabe donde estaría.

Sé que todas las mamás pasan por esto. Sé que hay madres que se deben parar mucho más temprano que yo porque viven lejos de sus oficinas y tienen que tomar un transporte público para llegar. Sé que hay madres que tienen niños con trastornos de sueño serios y que lo que vivo no es tan difícil. Por eso trato de llevarlo lo mejor posible y no quejarme.

Además, sé que algún día miraré hacia atrás y extrañaré estos días. Días de acurruque, de cambio de sábana a las tres de la madrugada y de darles medicina dormidos. Es una etapa de la vida que no regresa y trato de tenerlo en cuenta cuando arrastro los pies en las mañanas. No dormir es un precio pequeñito a pagar, por la bendición de ser madre. Siempre recordaré cómo era el amor en tiempos de trasnocho.