Por: Jackie Souter
Estos han sido unos días difíciles para mi país. Al ver lo que muchos compatriotas discuten, promueven y sienten me he acordado de lo afortunada que soy de haber nacido aquí y de que mis hijos tengan el privilegio de crecer en la misma tierra que yo crecí. Es solo un día que me provoca decirlo.
Mis hijos crecen en un país que siempre los llenará de orgullo, porque a pesar de ser mínimo, verdaderamente pequeño, recuperó su Canal, y después de caer en una dictadura se levantó para convertirse en el país más próspero de la región. Un país sin complejos, con cosas de primer y tercer mundo, todas revueltas, algo que solo los criollos sabemos apreciar.
Mis hijos crecen en un lugar de clima tropical, donde pueden bañarse en el océano – cualquiera de los dos- todos los días. En una cultura de gente alegre, que a pesar de los problemas dice ser feliz -¿será cuestión de actitud?- y así se refleja en las encuestas sobre la “felicidad”. Gente que con cualquier excusa se reúne con sus seres queridos a comer, tomar, conversar y bailar hasta el amanecer… ¿y de qué se trata la vida sino de eso?
Aquí, donde todos orgullosamente tenemos algo de blanco, negro, indio, chino, hindú y cuánta raza se pueda pensar. Donde todos los días ellos bajan al área social de su edificio y juegan con niños de otra religión sin problemas. Donde recibimos a los inmigrantes con los brazos abiertos. Donde hay paz.
Mis hijos crecen en un país donde hay muchos problemas que entre todos mejoraremos. Un país cuya capital tiene pinta de Ciudad pero tiene alma de pueblo. Un país con historias de novela. Un país que es común y corriente, y a la vez extraordinario. Un país que sigue contando su historia y forjando su identidad.
Todos los niños corren en sus barrios y juegan en sus parques. Van a sus escuelas y admiran su bandera. Pero sin duda, los míos, pintan la más bella.