Me acuerdo la primera vez que olvidé mandar a mi hijo disfrazado a la escuela. Habían mandado la circular en el folder y la maestra lo recordó por Whatsapp pero esa mañana simplemente se me fue la onda. Cuando mandaron la foto de grupo al día siguiente lo vi solo en uniforme y me acordé. No le metí mucha cabeza… no soy perfecta y se me olvidó. Cuando llegó del colegió me lo reclamó… yo le pedí disculpas y a los cinco minutos se le olvidó. O por lo menos no me habló más del tema.

Tres meses después veo mi celular y hay varias madres en el chat escolar molestas porque no les recordaron sobre una actividad y sus hijos “fueron los únicos que fueron vestidos diferentes”. Realmente no podía creer lo que estaba leyendo, estaban sumamente preocupadas porque un niño de preescolar fue con una camisa que no era y según ellas lo “sufrió” … y aunque sé que viene de un buen lugar de sus corazones me puse a pensar que es un síntoma de algo que está muy mal: la sobreprotección que damos las madres hoy día a nuestros hijos. Esto empieza con cosas pequeñas cuando son infantes (que no lloren, que nadie los vacile, que no se aburran… ¡los pobres! etc.) y continúa toda la vida, cuando los padres van al colegio a pelear para que a sus hijos les suban las notas; cuando interceden por ellos en problemas de adolescentes; cuando estudian junto a ellos hasta en secundaria; y así seguimos.
He leído decenas de artículos de psicólogos, sociólogos, educadores, etc. donde nos dicen que la sobreprotección es lo que más está afectando a esta generación de niños. Los padres quieren evitarles cualquier sufrimiento y en el camino forman personas débiles, ñañecas e incapaces de enfrentar decepciones, conflictos y dificultades. Eso tiene consecuencias nefastas que incluyen altas tasas depresión e incapacidad de ser independientes. Los niños y los jóvenes tienen que saber que la vida es difícil, que se van a enfrentar a muchos retos y que sus padres no siempre van a estar ahí para salvarlos. Y más que nada, deben aprender a ser RECURSIVOS y resolver.
Hay un ejemplo muy particular que me llama la atención. Me acuerdo cuando yo era niña que, si faltaba uno o dos días a la escuela porque estaba enferma, mi mamá me decía que llamara a una amiguita para saber qué habían dado y qué tareas debía hacer. Ya en cuarto o quinto grado yo misma llamaba a mi amiga y resolvía. Hoy día, las madres preguntan en el “chat” del colegio qué hay y de alguna u otra manera le “resuelven” al niño. Porque es fácil y práctico, porque así se evitan una mala nota o castigo… quizás hasta para estar más cómodas. Pero por otro lado el niño está sin ningún estrés, relajadísimo porque sabe que su mamá le va a conseguir todo. ¿Ven la diferencia?
Para mí, este es quizás el reto más grande de la crianza. Nuestro instinto natural es protegerlos, que no sufran, que no sientan decepciones que a nosotros nos marcaron. Pero por otro lado, es positivo que las sientan a veces y sobre todo, cuando ya son niños más grandes, que entiendan que sus decisiones – buenas o malas – tienen consecuencias.
No soy psicóloga y no siempre cumplo con lo que estoy compartiendo aquí con ustedes. Pero quise hablar del tema porque tenemos que hacer el esfuerzo por dejar de sobreproteger a nuestros hijos. Cuando sean adultos, no los agradecerán.
Otras mamás opinan…