Por: Jackie.
El otro día estaba en la farmacia con mi hijo mayor, que estaba haciendo desastres. Yo esperaba en la fila y él cogía pastillas, revistas, tumbaba cosas… cualquier mamá de un niño de 3 años se lo imagina. “No”, “no hagas eso”, “no cojas eso”, era por gusto. O lo manejo lo mejor posible, o viene el desenlace menos deseado con gritos y pataleta, pensé. Un lugar con tantos estímulos y justo antes de la hora de la cena, sacó el diablillo que hay en él.
Cuando estas cosas pasan, uno siente las miradas alrededor. No sé por qué, pero son las señoras de cierta edad las que siento que miran peor. Yo creo que están pensando, “qué niño más malcriado, a mi hijo ya le habría dado tres nalgadas” o “estos niños de ahora”. O quizás no están pensando nada y yo estoy traumatizada. Pero la verdad es que se les tiene que haber olvidado, porque si son madres, pondría mi vida en juego apostando que en alguna ocasión su hijo no hizo caso, se portó mal en público y demás. Un niño es un niño.
Luego de unos minutos, un señor mayor, con barba de Santa Claus y acento extranjero, quizás con un sexto sentido que lo llenó de empatía, me dice sonriendo: “si se comportara de otra manera, tendrías que preocuparte”. Lo quise abrazar. En eso viene mi hijo y lo cargo y me dice “¿qué es eso?”, refiriéndose a la barba del señor. “Una barba”, le contesto. Y el señor, con dulzura le dice, “¿la quieres tocar?” No sé si esa barba estaba limpia, pero él fue directo y feliz a sobársela. Fue un momento tierno (aunque le puse gel antibacterial a penas llegamos al carro) y me llenó el alma. Así deberían ser todos los extraños.
Yo cuando veo un niño haciendo pataleta en el centro comercial, el súper o en la juguetería, le sonrío a la madre o padre con cara de: “he estado ahí. No es fácil. Sé que estás haciendo lo mejor que puedes”. Probablemente el niño no es malcriado, simplemente tuvo su momento. Es más, la pataleta es prueba que no se le dio lo que quería. Claro, si el niño está siendo grosero o molestando a propósito a los demás, es otra cosa. Pero en la mayoría de las cosas, es una pataleta… normal. Ojalá la mayoría de la gente lo entendiera así, como el señor de barba blanca que fue mi Santa Claus del día.